Pasan los años y desde su puerta, Natural me sonríe cariñosamente, aprobando a las no tan nuevas vecinitas narcomenudistas que ante mi ventana piden les ponga música, como se lee aquí al final.
Otra vez desde su puerta al patio de la privada, Natural, como la llamé después, dirigía la vista sin rubores a mi ventana. Creí comprender, pues no era la primera vez que experimentaba la sensación.
Haciéndome viejo a solas me di a
grabar pistas musicales en mezclas semicaprichosas. Un poco de todo había en
ellas, que luego escuchaba sin pausa durante el día.
El departamento donde me inicié en la
práctica tenía ventanales a la última, casi desierta cuadra de una avenida con camellón que presidían hermosas palmeras -el detalle era importante y al escribir olvidé porqué; un día os contaré, como decía mi ma para nunca volver al tema, jeje.
En el edificio de tres plantas
habitaban dos parejas, una mujer madura y agria, un solterón de costumbres deleznables,
una joven cuyas ocupaciones eran un enigma, un par de familias y una decena de
autos en cajones que al fondo se abrían al cielo -usea, había lana, jeje.
Una tarde al salir encontré en las
escaleras a dos jovencitas fumando sobre los peldaños próximos. La escena me pareció muy poco edificante y presumía en ella a padres autoritarios y niñas
sin respeto por los demás, pues siendo fumador empedernido odiaba las colillas
arrojadas donde dios daba a entender, y ellas no tenían a la mano nada
semejante a un cenicero.
Bajando tuve esa sensación de ojos
que se clavan en la espalda, y no me tiré a loco pues entendía la intriga o la
incomodidad que podía producir alguien tan exótico como yo para el lugar.
La segunda joven, de origen oriental,
vivía detrás del camellón a la misma altura de la primera, un
piso arriba de mí, y con frecuencia asomaba para a gritos comunicarse con la
amiga. Hábitos de adolescencia un poco demasiado ruidosos, pensé, porque
trabajando junto al ventanal, la voz de la vecinita arriba prácticamente
hablaba a mi oído.
Había una especial calma la tarde en
que con aquella misma cercanía las espléndidas percusiones de una de las
cintas empezaron a acompañarse con palos de batería. Me asome: eran de la
joven.
En adelante ella y su amiga olvidaron
el pudor en las escaleras a mi paso.
-Sí, venimos a complacernos con lo
que pones, ¿y? –decían sin decir.
El juego subió de volumen. Ora
trataba de llamadas por teléfono con un descaro absoluto, porque la japonesita hacía
alarde de su aparato por la ventana y el diálogo a través del auricular se
divertía entre risas:
-Dile, no seas tonta.
-¿Cómo crees? Va a pensar que soy una
depravaba.
-Semos...
Ora el juego me dejaba en penumbras
para, luego de inútiles intentos de que los fusibles automáticos reaccionaran,
hacerme bajar al manual del estacionamiento, mientras el par de piernas corrían
sonoramente por las escaleras. El drama que armé terminó el negocio.
Natural, en su puerta al patio de la
privada no era una mariposa alocada, como las predecesoras, y ahora recibía de
vuelta el regañó de su compañera, quien ni el saludo me devolvía a pesar que
por meses usó mi red para conectarse el hiperespacio.
Ella miraba vacilando de la
vergüenza a la fascinación, sabiendo que cualquier día, como sucedió…
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Ahí detuve la narración en el muro
virtual, que no se sorprendió en absoluto, familiarizado con la puesta en
escena de mis cuitas y mis parabienes a la vejez y sus privilegios, que nadie
podía ni tenía ganas de determinar cuán reales o fantásticas eran.
Al despedirnos con la intención una
mañana, cuando Natural volvió al interior de su departamento me
descubrí pensando:
-Es mía aunque no la posea, pues la
merezco.
Cada vez luego al encontrarla frente a frente o con la mirada distancia, ella abandonaba la protección que los espacios de nadie le exigían, demorando el momento en su paladeo.
Cada vez luego al encontrarla frente a frente o con la mirada distancia, ella abandonaba la protección que los espacios de nadie le exigían, demorando el momento en su paladeo.
La amiga estaba ya al borde de un
ataque de nervios por la relación platónica, cuando se produjo un afortunado
accidente. Entré a un cibercafé en el momento en que la muchacha saldaba la
cuenta y me destinaron la máquina recién desocupada por ella. O era un
desorden con un par de piernas o le ganó la prisa, y dejó la máquina sin cerrar
las páginas en las que navegó.
-Menuda joya virtual resultó la
mosquita muerta –me dije ante el despliegue de promiscuidad en la pantalla.
Las webs de dos redes sociales y de
un sitio para citas relataban tal intensa historia sexual-amorosa-, que
hasta mi prolija experiencia se ruborizó y en una suerte de reflejo
condicionado salté de la silla como de una cama orgiástica donde todavía
escurrían los flujos del placer, jeje.
Entonces caí en cuenta: la “imberbe”
me odiaba por dar de baja la línea de internet.
Y Natural...
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Al músico lo encontré por ella, territorio neutral donde nos haríamos.
Pasan los años como a siglos pues estamos en el híper y la joven motivo de mis delirios tuvo un amor que no reparó en esconderme pues para entonces la Niña se había mudado a este departamento al fondo de la privada. Continuaba su romance la mañana en que el mío terminó a la vista de todos ayudando a la joven costeña con las maletas.
Para entonces éramos dos completos extraños y en breve ella me despreció sin más, gracias a la roomy, quien cambiando roles e intenciones buscó en mí la perversión que estaba al fondo de sus entretenimientos.
El clip es un exceso para la historia. Pido perdón a sus autores, jeje.
En una reunión de vecinos regalé un pequeño libro con mi nombre y la Roomi se aficionó a los blogs indicados allí. En particular a éste, donde iban mis historias sexo-amorosas, bobas y no.Fue realmente una gran sorpresa que tocara a la puerta deshaciéndose en halagos con un ruego: corregir sus cuentos.
-No sé fabular y desconozco por entero el género -le dije.
-Pero sabe escribir y me gusta mucho lo que hace. Ande, por fa.
Le ayudé como pude durante un par de tardes. La práctica tenía algo que inquietaba vagamente sin que precisará bien el motivo.
La segunda vez se despidió de forma muy sugestiva y regresó pronto dándome gracias por los aplausos de su maestra y con la solicitud de continuar.
Percibí el ya para entonces claro mariposeo de las jóvenes sobre un viejo inocuo o que se manipula con facilidad. Era odioso luego de Mía y la Niña, mayores que ella, y a la vez irresistible. Mi autotestima con el otro género, una de las pocas medallas de las cuales podía presumir, estaba por los suelos.
A la manera de los días anteriores, se sentó en una silla frente a mí para leer. La falda corta y apretada descaró sus intenciones ylas piernas jugaban a cruzarse o abrirse un poco.
-Busca a otro estupido -pensé y enseguida. -¿Quieres jugar? Será a lo rudo o nada.
Los ojos se me clavaron en el objetivo obligándola a decidir.
Detengo ahí el relato por obvio y porque a punto de iniciarnos, escuchamos a Natural llamar.
Agrego sólo que si mi vejez resiste la expulsión del mercado del amor y la carne, jeje, se lo debo a quien otra vez tiende inocentes hilos entre nuestras puertas.
Para Natural la multiempleada canción dice exclusivamente los versos generosos, necesarios ahora pues no hay más que esconder.
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Como ahora decidí pasarles cuanto tontería escriba, nietos, me guardaré la vergüenza por viñetas de este tipo.
Hay explicaciones regadas aquí y allá sobre mi comportamiento en la vejez. Tomen una cualquiera.
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Pasan los años y mi música sigue causando estragos, jeje. Ahora en la novia del vecino narcomenudista, que por competir con la Tic venía a coquetearme cuando ella andaba por aquí.
Hace un momento con un cigarro en la boca se recargó contra mi puerta
como Marlene Dietrich haciendo de Ángel Ázul. Igual que ésta sin duda pretendía algo
más del viejo profesor-¿Me presta para unas chelas?, digamos.
-Qué buena es su música. ¿De dónde la saca?-De mis discos.
-¿De veras? -dijo soltando el humo que quería seducir al universo. -¿Un día me invita a oírlos? -a solas los dos, prometían sus mefistotélicos ojos, jeje.
-¿En cuánto calculas mi cuenta de banco? -contesté en silencio. Total la del director de escuela tampoco debió ser muy gruesa.
Realmente está para comerse, la damita, así que bien podría consultar la cuenta por internet, jeje. Hasta que se pone a bambolearse con suavidad.
-Te vendrían de perlas unas clases con Marlene.
-Perdón.
-Sabe mucho de música.
-Ah, sí. ¿Quién es?
-¡Cuac! -se escucha vía telefónica a dos mil kilómetros. Luego, la risa.
2020
-Youtube, discos, nada más -respondo mientras Tierna hace honor al apodo, bailoteando.
-No clave así los ojos -pienso cuando aquélla se da a su mejor arte. Es dura y trae a mal traer al hermando de la compañera, tipo ruidísimo con el que me esmero en llevarme bien hasta hacerlo parecer mansa paloma (lo he visto tundir a más de uno para defender sus rumbos).
Tierna trata conmigo con frecuencia, pidiéndome u ofreciendo cosas.
-Voy al Oxxo, ¿quiere algo? -dice rigurosamente cada madrugada camino con el novio a surtirse de chuculucos que acompañen ¿piedras?, ¿tachas?, ¿algo para mi desconocido? O:
-Nos quitaron la luz, me deja poner una extensión.
Hay peleas olímpicas en esa casa y después tras mi pared se las escucha gemir quedo tres, cuatro, más veces, en encuentros cuya furia hizo algunas noches avanzadas que Tierna y su pareja continuaran en el patio comunitario.
Inquietante es púdica y ni así oculta el volcánico carácter pasional.
-Ya, deje esa mirada -vuelvo a pensar, imaginándola entrando a mi casa subrepticiamente, jeje.