miércoles, 9 de marzo de 2016

Otro Terciopelo Azul

Esto va a tomar tiempo y merece la pena. ¿Tendrá otros costos que el trabajo? Viviendo en nuestra Casa del horror...
Circula una película mexicana que, sumando opiniones, visual y secuencialmente -¿existe eso?- es fabulosa y cuyo argumento da grima.
Citarla me sirve para recordar mis años haciendo guión de cómic y radio. Recibía aplausos y solo yo apreciaba mi mal trabajo.
Cuando veo cine hollywoodense promedio, no puedo creerlo. Tiene tan detestable calidad como aquello.
Si aquí lograra emular tantito a la cinta en mientes -no, carnalxs, no les recuerdo a su familia, jeje-, Lynch se echaría un pedo y este viejo vítores.
Ey, ey, hallé el secreto de los Cuadernos: Yo a cuadro o en primer plano o monologueando, personaje que pelea por bien tratar a otros.

El viejo, J, se procuraba jóvenes con su único recurso y sin estimar bien a bien los riesgos.
Reproducía a su manera una vieja película.
¿Sino pagaba con dinero las sonrisas de sus Ángeles Azules y obtenía bastante más, a qué recurría esta variante de director escolar?
Un día escribió:
La música preferida de David Lynch suele aparecer en los cuadernos que mi infinita torpeza impide se vuelvan Mullholland Drive o Terciopelo Azul
El hermoso petirrojo en placido domingo suburbano devora una lombriz. Eso es normal. No así la anciana que mira horrorizada.
Capitalismo del fin del mundo, llaman al que cursa. No puede narrarse con cantautores, perdona, Anónima. Nos asesinarán tan rapído, que no podrá verse nuestros cuerpos caer, cito de memoria palabras que Stanley Kubrick dijo al morir.
Creciste en una región donde "la muerte tiene permiso" -título que Edmundo Valadez dio a su ingenioso cuento- ¿y crees que para vivir basta Calle Melancolía?
Entonces entendió. 
Esa mujer musicalizaba estupendamente. Joaquín Sabina servía tanto como la nada despreciable balada rocanrolera que el director había escogido.
Años antes se le ocurrió una viñeta cuyo video no encuentra. En él había sugerencias al recurso para resultar atractivo:
Hizo un guiño y me acerqué con extrema prudencia. Pudiendo ser la más pequeña de mis hijos le propuse el rol de tío con un toque pícaro, asomando a la ventana de su cuarto mientras la familia dormía. Increíble que yo no entendiera el juego si en cada visita a la hora prevista la encontraba desnuda por casualidad.
Hablamos del clima el día que al despedirse dejó un sobre en la mesa con una docena de fotos en las más provocativas poses, y una nota que probaba cuán transparente era mi perversión: ¿Quieres conocer con cuántos, cuándo y cómo estuve?
En la siguiente cita creyendo que dudaba ofreció hacerme su proxeneta. A la manera de la secuencia aquí arriba dije ¡Esta es la chica! y la lancé al estrellato de mis días. Excelente elección, hasta que salió de estampida, a la manera de la otra aquí arriba.
En cuanto a mí comí tanta mierda como el tipo también en la secuencia.
Muy David Lynch todo, no me extrañó luego que en el curriculum anexo al desplegado de periódico solicitando amigos y novios, borrara nuestros tres años juntos.
Habrá que preguntarle al director si la historia da para un Mulholland Drive II. Mi papel, claro, sería tan oscuro como el de ella.
El Mr. no respondió a mi propuesta sino cuando un paparazi, creo, le informó de un nuevo episodio.
La joven ida miles de kilómetros lejos, de paseo con su amante por mi ciudad y a fin de ahorrarse el hotel me tocó a la puerta. Bastó una mirada para ofrecerles una recámara, desde donde en pago y luego de comprobar que su pareja dormía a pierna suelta, cada noche pasaba a mi cama. Entonces conocí el paraíso.
Escribo esto desde la fantástica locación que Lynch encontró para recrear la escena.

Detrás de las jóvenes, J intuyó mundos a propósito para el director.
Mía, por ejemplo, estaba tan atrapada como Isabella Rossellini. Su dueño no apareció y advertía cuán peligroso era. Más allá, una familia y una clase oscuras, aunque rebrillaran.
Tenía veintitantos años y en verdad su dieta se reducía a unas uvas al día. Dormía tres horas, trabajaba como endemoniada y cuando nos despedimos el cuerpo era desastroso: columna vertebral que cualquier descuido conduciría a la ruina; ojos cuyo mal destino estaba también garantizado; hernias aquí y alla.
Para ella el mundo estaba lleno de gérmenes peligrósisimos y hasta en los más finos restaurantes desinfectaba cubiertos, baños, sillas.
No había pareja en torno suyo que tuviera sexo tal cual. Lo repelían o lo suplían por enrevesadas alternativas, mientras acumulaban cuentas bancarias y medallas profesionales.
El viejo, a su usanza, no hacía caso, a fin de protagonizar un romance muy intenso, presumiéndose salvador.
Mucho después vino Chinita o quien Jamás pierde el estilo, que pronto mostró los riesgos de acercársele.
Hoy al tipo lo avergüenzan sus gritos, de singular elocuencia: 
Un hombre me amenaza usándote de pretexto. Usándote, digo, porque los celos de una ex pareja no son amor o cualquier cosa ralacionada con otros. Su ego manda.
Todos saben: al valiente no le hago, ni al cobarde tampoco.
Que tenga cuidado con quién se me acerca en la calle, es la recomendación. Por tanto puede actuar por sí o a través de alguien más. 
Recuerde que no ando como lobo estepario.
Y tu, Chinita, ¿vienes a última hora a decirme que él ya amenazaba? ¿Que por segunda vez consiguió su objetivo, te quejarás? ¿Cuándo la lucha?Los Malditos existen también porque se les teme o porque resulta cómodo descargar culpas en alguien más.
Puse una canción apenitas. Toca la guitarra negra o renuncia para siempre a ti misma. 
Estoy para ayudarte y solo eso. Pésimo fin de historia. No te dejaré abandonada. En profundo desamparo vives donde hizo reino el feminicidio.
Y a usted, señor, le recuerdo: quedan días o semanas para que desaparezcan, pues tiene vínculos, al menos, con los cuerpos de seguridad estatales.
Pensándolo bien, su única salida digna es llevarse alguien por delante, antes de. 
Ya sabe dónde vivo. Dese prisa.
Chinita se esfumó intempestivamente cuando el trance estaba superado. ¿Le mintió y jamás hubo peligro? ¿Cómo deshacerse del viejo, sin motivos plausibles? ¿Inventando un segundo también dramático? ¿Qué pretendía al acercársele? ¿Eso silenciado por J?
De Tú no quiere hablar pues tiene miedo. La noche anterior a que ella soltara un estúpido pretexto, un anónimo le advirtió: Cuidate, hombrecito. No era con quien ella formó su extraña pareja, ni tampoco, pareciera, ese tercer hombre cuya existencia resulta incomprobable. (Aprovechemos para reír un poco.)
Aunque no teme a ellos sino a la que le prometió amor eterno. Ensayó cada paso, se diría, y al separarse no cejó hasta saberlo por completo derrotado, para luego vigilar que no soltara prenda sobre detalles significativos.
Un día podrá, espera el viejo, reunir esa colección de historias dignas de Lynch. Jugará un papel tan incierto como los demás protagonistas, en esta Casa del horror donde viven.