jueves, 20 de febrero de 2020

Estimadas, dos puntos

Cuando me asombré que, siguiendo consejos, una de ustedes negara sus tres años relacionados conmigo, no era por mi participación en ellos. Después le propuse borrarme del asunto y así recuperar la memoria sobre ese tiempo único, pues no cualquier día se andan otras tierras desde el interior ni se pone tal empeño en procurarlas. Vivía consecutivos traspiés amorosos -ella, claro; yo ni a eso llegaba- y ni loco pensé Estaría mejor aquí. Fui un error advertido, que se obcecó en cometer.
Quien empezó los juegos equivocos era el mayor lío emocional del cual tenía noticia. Ahora al estilo redes sociales luce tan bien como entonces y, no importa cuánto hiciera por reinventarse, supura las mismas pústulas que transparentó para el en ese momento no tan viejo hombre. Hace poco le mandé un saludo sin respuesta. 
Fueron nueve, amigas, siempre por iniciativa suya, y según recuerdo no tengo cuenta de banco desde que fundaron HSBC, jeje. Solo la Tic, Corazón mío y La milagrosa me comparten, mucho o poco, los días. Hay buenas razones, creo. La vida marcha como querían. Odiar el cuerpo propio, por ejemplo, no se borra con olvidarse de una habitación rigurosamente a oscuras. Tampoco hay mágico acceso a departamento escriturado a nombre de la amnesia, jeje.
¿Que yo puedo presumir al menos grandes secuencias? Puestas en una balanza la desconchinflarían, jeje, pues fueron auténticas latas, compañeras. Tal cometió suicidio simbólico cortando el hermoso cabello que creció desde la pubertad, y diez minutos más tarde resplandecia gracias al criador y abuelo a quien entregaba su cuidado. Y Cual escapó de unas tijeras contra el vientre aconsejadas por las personales manos, merced también a los ojos admirados que presumo.
De nada me deshago cuando entra en mi cabeza y por ustedes aprendí lo inconcebible para un mero buen samaritano, viejo de provincia aunque esto donde vive se llame Urbanilandia, jeje.
Fueron amadas o profundamente respetadas, según el caso, y dejo pruebas al respecto. 
Y así soy menos peor que antes, como decimos en mis lares. 
No está incluida en el paquete La señito, por motivos que expliqué antes, si bien contribuyó a la enseñanza.
Hoy puedo ver Mulholland Drive como es debido. 
Vivo el presente perfecto de quien no tiene futuro, hizo las cuentas y salió tablas, siquiera. Vuestras excelencias ya no se cuencen al primer hervor y los tiempos les niegan su sonrisa, como a casi todos en este infierno posmoderno.
Vayan con dios, pues solo puedo conservar el recuerdo de mis intenciones. En cuanto a "nuestros" momentos, ni suspiros quedan. Cargaron con ellos al mal marcharse creyendo que no hay sino el mañana cada vez más inalcanzable. 
Bienaventurados los viejos, dije tras la primera experiencia desafortunada. Cierto, ¿no?
¿Por qué, entonces, "las dejé entrar" -debería quitar las comillas, jeje-, generalmente sin esfuerzos? Me sentía fuera del mercado que mis otros cuadernos prueban servía como puerta al paraíso y o eran bonitas u ofertaban sexo sensacional -para cumplir como dios manda o más, jeje- o a lo simple permitían que anduviera de vuelta entre los vivos. 
Estaban en crisis o buscaban amparo o cercanía a la celebridad en torno mío o, sin más, querían un diario, jeje.
Exagero con esta nota, considerando cuán comunes son los deslices insustanciales a cualquiera edad, entre iguales o disparejísimos, no importa, y, total, ni que nos fuera la vida en ello -y no copio al cantautor cuyo uso de una frase hecha delata como pariente mío.
Plugiera al Señor dejarnos ser -lo inventaron para algo, ¿no?- y ya. Pero no: hay que trabajar, aunque no sirva para nada; "el infierno son los otros", como decían Sartre y Nabor, el sabio analfabeta, etcétera. 
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Durante esos años estuve platónicamente enamorado de varias mujeres seguras, bellas, inteligentes -véanse los perfiles que tienen Je (la tribuna se viene abajo en aplausos), Jessica, Itcya-, a quienes ni por asomos me insinué. Solo la ¿Me perdonas? recibió invitación para mis ingenuos juegos y aceptó el reto divertiéndose con un viejo simpático.
No, no fueron elegidas, ladys en mientes. Entraron a la tómbola por sí mismas, jeje.
Que algo anda muy mal en mí lo sabe hasta el loro del balcón a tres cuadras y por eso cuando pasó grita ¡Viejo loco!, ¡viejo loco!, ¡apeeestas!, jeje. Tocaron a esta puerta porque les dió su rechingada gana. Ahí cóbrenle los momentos perdidos al espejo donde se acicalan.